miércoles, 22 de julio de 2009
cita ilustrada
"Los Hobbits son un pueblo sencillo y muy antiguo, más numeroso en tiempos remotos que en la actualidad. Amaban la paz, la tranquilidad, y el cultivo de la buena tierra, y no había para ellos paraje mejor que un campo bien aprovechado y bien ordenado. No entienden ni entendían ni gustan de maquinarias más complicadas que una fragua, un molino de agua o un telar de mano, aunque fueron muy hábiles con toda clase de herramientas. En otros tiempos desconfiaban en general de la Gente Grande, como nos llaman, y ahora nos eluden con terror y es dificil encontrarlos. Tienen el oído agudo y la mirada penetrante, y aunque engordan fácilmente, y nunca se apresuran si no es necesario, se mueven con agilidad y destreza. Dominaron desde un principio el arte de desaparecer rápido y en silencio, cuando la Gente Grande con la que no querian tropezar se les acercaba casualmente, y han desarrollado este arte hasta el punto de que los Hombres puede parecerles verdadera magia. Pero los Hobbits jamás han estudiado magia de ninguna índole, y esas rápidas desapariciones se deben únicamente a una habilidad profesional, que la herencia, la práctica y una íntima amistad con la tierra han desarrollado tanto que es del todo inimitable para las razas más grandes y desmañadas."
viernes, 17 de julio de 2009
Canción del silencio
Silencio, señores grandes
que despiertan los cuentos del parque,
ellos esperan las nuevas risas
en las treinta vueltas de una calesita
ellos esperan las nuevas risas
sobre la esperanza llamada sortija.
Silencio, señores grandes
que despiertan las leyendas
tal vez pintadas, o dibujadas
en el redondo borde de las plantas
tal vez pintadas, o dibujadas
en el vaivén solitario de una hamaca.
El silecio no es una palabra escrita sobre una pared,
es una canción solitaria por el viento
que no se detiene en el medio de un infierno.
Silencio, señores grandes
que despiertan las historias
adormecidas, en los parques
debajo de un tobogán o un banco gris
adormecidas en los parques
cobijadas por un copo de maiz
Silencio, señores grandes
que las dulces fábulas despiertan
ellas están acurrucadas
en el bostezo de una hormiga trasnochada
ellas estan acurrucadas
en el vientre de un mordisco de manzana.
El silencio no es una palabra escrita sobre una pared
es una canción solitaria por el viento
que no se detiene en el medio de un infierno.
que despiertan los cuentos del parque,
ellos esperan las nuevas risas
en las treinta vueltas de una calesita
ellos esperan las nuevas risas
sobre la esperanza llamada sortija.
Silencio, señores grandes
que despiertan las leyendas
tal vez pintadas, o dibujadas
en el redondo borde de las plantas
tal vez pintadas, o dibujadas
en el vaivén solitario de una hamaca.
El silecio no es una palabra escrita sobre una pared,
es una canción solitaria por el viento
que no se detiene en el medio de un infierno.
Silencio, señores grandes
que despiertan las historias
adormecidas, en los parques
debajo de un tobogán o un banco gris
adormecidas en los parques
cobijadas por un copo de maiz
Silencio, señores grandes
que las dulces fábulas despiertan
ellas están acurrucadas
en el bostezo de una hormiga trasnochada
ellas estan acurrucadas
en el vientre de un mordisco de manzana.
El silencio no es una palabra escrita sobre una pared
es una canción solitaria por el viento
que no se detiene en el medio de un infierno.
León Gieco
lunes, 6 de julio de 2009
América La Que No Se Doblega - Sandía
Hoy amanecí, y la pulpa fresca que el verano ofrece en cada fruto, era América Latina y su revolución de amor y fuego.
Me vi rodeado de jugo y hastío, de latidos apagados pero constantes como tambores de cuero y madera, lágrimas como sangre antigua, digna y poderosa, nudillos gastados de quienes hoy son majestuosos y ajados dueños de vastas extensiones de impotencia estéril que añora el color dorado del maíz. Bajo el sol quemante similar al de todos los días de la época, en medio de la transpiración que abre surcos en los rostros manchados. Vientos distintos, con arena, vientos con arena y tierra roja.
Me había pasado los días desde que mis rasgos eran gentiles buscando el alma de mi tierra en lugares equivocados, banderas de tela frágil, en rojos desteñibles, mentalidades licuadas más que sólidas y con una rotunda vara rectora en mi columna vertebral que forzaba mi vista en el horizonte nebuloso, distrayéndome del maíz que siempre pisé descalzo y supo incrustarse en mis pies.
Ahora que el mandoble del tiempo me ha surcado graves cicatrices en el rostro avejentado, descubro que el espíritu del grito que rompe el acero, la pluma que corta la cadena, y la risa que frena la plaga, estaba en cada rosa intenso de sandía, en los tomates solidarios, en las elementales leches, lista para ser ingerida por cada una de las personas que a mi lado pierden corbatas y relojes y adquieren suciedad y marcas de látigo en sus cuerpos cansados y encorvados.
¿Debo, entonces, esperanzarme? ¿La semilla de América La Que No Se Doblega, se iba a introducir en esa gente, iba a ser regada por leches y jugos antes cotidianos? ¿Será el paso que falta, para que el descontento absoluto y generalizado se vuelva acción, grito que despierta? Mi ilusión me obliga a pensar en los días ulteriores. ¿Qué pasaría...?
El correr de los años, del tiempo absolutamente teñido, desteñido y vuelto a teñir de rojo, nos demostró que además de dejarnos marcas en el rosto cortado y roto, deja gritos desgarradores. El grito queda trabado en la tráquea apretada de tantas voces que quieren salir, y cuando apenas logra a veces hacer vientito para que la campanilla de la boca se mueva, sale, en forma de silbido, una endeble frase que forzosamente escuchan solamente las orejas que están bien atentas. Es una suerte que el maíz haya sabido incrustarse tan bien en mis pies. Forman todos juntos los granos, una plantilla blancuzca que se encastra y no se engangrena, y me acostumbra a pisar fuerte.
La pulpa de la sandía alivia el dolor. Refresca y me dan ganas de tirarme sobre un montón, sobre un colchón rosado que me empape y después pararme y volver a tirarme porque, claro, refresca. Y que se me metan las semillas por los poros, porque me da la sensación de que cada una de ellas lleva la transpiración asquerosa y los escupitajos intencionados de todos los que hicieron que América latina no se doblegue. ¿Será el paso que falta, para que el descontento absoluto y generalizado se vuelva acción? ¿Debo, entonces, esperanzarme? América La Que No Se Doblega, prende ya sus almenaras. Y entre el fuego que arde llamados, brotan los jugos y las leches nativas de cuerpos cansados y encorvados. En sueños veo rodar una bola de saliva que crece y crece, y es cada vez más popular, participativa. Es saliva, es bola, es invención de muchos, y eso es lo más interesante. Es saliva e intención, es bola que rueda en una dirección, y va a caer justito en algunas cabezas que hacen lo posible por detenerla, y no lo logran porque la bola se deshace, y se hace lluvia que truena y aturde esas cabezas, que presienten un final ahogante. Por fin siento las ganas que tiene el pueblo de hacerle el amor a la vida, las siento palpitantes, y me contagian. Los jugos y las pulpas hacen de colchón y techo esponjoso al mismo tiempo, y permiten que no nos perdamos, y que nos organicemos. La tierra roja manchada por tantos hombres que derramaron su sangre, nos da de comer furia y luego hambre de liberación, que saciamos con furia para tener después, otra vez, hambre de liberación. La rabia es para nosotros la mejor fruta, hace germinar con más fuerza y velocidad las semillas plantadas en la tierra, y ahí sí, después de todo eso, cultivamos la revolución de amor y fuego. Y ahí sí, que alguien intente pararnos. Que se atrevan nomás. Total, nosotros ya somos lluvia de saliva, y tráquea despojada de atoramientos, somos trueno y fruta fresca, somos grito y pies enmaizados, somos espíritu y América.
Tomás Martinez y Aldana Martino
Me vi rodeado de jugo y hastío, de latidos apagados pero constantes como tambores de cuero y madera, lágrimas como sangre antigua, digna y poderosa, nudillos gastados de quienes hoy son majestuosos y ajados dueños de vastas extensiones de impotencia estéril que añora el color dorado del maíz. Bajo el sol quemante similar al de todos los días de la época, en medio de la transpiración que abre surcos en los rostros manchados. Vientos distintos, con arena, vientos con arena y tierra roja.
Me había pasado los días desde que mis rasgos eran gentiles buscando el alma de mi tierra en lugares equivocados, banderas de tela frágil, en rojos desteñibles, mentalidades licuadas más que sólidas y con una rotunda vara rectora en mi columna vertebral que forzaba mi vista en el horizonte nebuloso, distrayéndome del maíz que siempre pisé descalzo y supo incrustarse en mis pies.
Ahora que el mandoble del tiempo me ha surcado graves cicatrices en el rostro avejentado, descubro que el espíritu del grito que rompe el acero, la pluma que corta la cadena, y la risa que frena la plaga, estaba en cada rosa intenso de sandía, en los tomates solidarios, en las elementales leches, lista para ser ingerida por cada una de las personas que a mi lado pierden corbatas y relojes y adquieren suciedad y marcas de látigo en sus cuerpos cansados y encorvados.
¿Debo, entonces, esperanzarme? ¿La semilla de América La Que No Se Doblega, se iba a introducir en esa gente, iba a ser regada por leches y jugos antes cotidianos? ¿Será el paso que falta, para que el descontento absoluto y generalizado se vuelva acción, grito que despierta? Mi ilusión me obliga a pensar en los días ulteriores. ¿Qué pasaría...?
El correr de los años, del tiempo absolutamente teñido, desteñido y vuelto a teñir de rojo, nos demostró que además de dejarnos marcas en el rosto cortado y roto, deja gritos desgarradores. El grito queda trabado en la tráquea apretada de tantas voces que quieren salir, y cuando apenas logra a veces hacer vientito para que la campanilla de la boca se mueva, sale, en forma de silbido, una endeble frase que forzosamente escuchan solamente las orejas que están bien atentas. Es una suerte que el maíz haya sabido incrustarse tan bien en mis pies. Forman todos juntos los granos, una plantilla blancuzca que se encastra y no se engangrena, y me acostumbra a pisar fuerte.
La pulpa de la sandía alivia el dolor. Refresca y me dan ganas de tirarme sobre un montón, sobre un colchón rosado que me empape y después pararme y volver a tirarme porque, claro, refresca. Y que se me metan las semillas por los poros, porque me da la sensación de que cada una de ellas lleva la transpiración asquerosa y los escupitajos intencionados de todos los que hicieron que América latina no se doblegue. ¿Será el paso que falta, para que el descontento absoluto y generalizado se vuelva acción? ¿Debo, entonces, esperanzarme? América La Que No Se Doblega, prende ya sus almenaras. Y entre el fuego que arde llamados, brotan los jugos y las leches nativas de cuerpos cansados y encorvados. En sueños veo rodar una bola de saliva que crece y crece, y es cada vez más popular, participativa. Es saliva, es bola, es invención de muchos, y eso es lo más interesante. Es saliva e intención, es bola que rueda en una dirección, y va a caer justito en algunas cabezas que hacen lo posible por detenerla, y no lo logran porque la bola se deshace, y se hace lluvia que truena y aturde esas cabezas, que presienten un final ahogante. Por fin siento las ganas que tiene el pueblo de hacerle el amor a la vida, las siento palpitantes, y me contagian. Los jugos y las pulpas hacen de colchón y techo esponjoso al mismo tiempo, y permiten que no nos perdamos, y que nos organicemos. La tierra roja manchada por tantos hombres que derramaron su sangre, nos da de comer furia y luego hambre de liberación, que saciamos con furia para tener después, otra vez, hambre de liberación. La rabia es para nosotros la mejor fruta, hace germinar con más fuerza y velocidad las semillas plantadas en la tierra, y ahí sí, después de todo eso, cultivamos la revolución de amor y fuego. Y ahí sí, que alguien intente pararnos. Que se atrevan nomás. Total, nosotros ya somos lluvia de saliva, y tráquea despojada de atoramientos, somos trueno y fruta fresca, somos grito y pies enmaizados, somos espíritu y América.
Tomás Martinez y Aldana Martino
(por más que intente no puedo, juro que puedo, dejar de quererte cada día un poquito más, mi amigo)
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